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sábado, 1 de noviembre de 2008

Vida y obra desde 1812 a 1815

El convenio de 20 de octubre entre españoles y porteños, no podía, razonablemente, tener andamiento, pues en la mala fe de las partes contratantes estaba el secreto de su debilidad, y los portugueses invasores de la Provincia Oriental tomaron a poco de andar tal empuje, que la autoridad de Buenos Aires vio el peligro real que ello significaba en el mapa político. Entonces se propuso reforzar a Artigas acampado en el Ayuí, y hacer frente, en la provincia, a los invasores.

Gaspar Vigodet, sustituto de Elío en el gobierno de Montevideo alegó el convenio de octubre y amenazó con oponerse a aquél propósito con las armas en la mano. Un gobierno triunviral, que había sustituido en Buenos Aires a la Junta, procediendo con más energías que ésta, denunció el armisticio el 6 de enero de 1812.
La presencia de los portugueses significaba en esos momentos una grave complicación y el gobierno del Triunvirato, contando con los buenos oficios del representante de Inglaterra en la corte de Río Janeiro, pudo negociar el tratado que ajustaron los respectivos plenipotenciarios, Juan Rademaker y Nicolás Herrera, firmándolo en Buenos Aires el 4 de mayo de 1812. La evacuación de la provincia por las tropas del General Souza, aunque demorada por éste cuanto le fue posible, era un hecho al finalizar agosto.
El campo quedaba libre para dilucidarse la cuestión de vida o muerte entre españoles y patriotas, y en esas circunstancias, el General Sarratea con un cuerpo de ejército pasó al Ayuí a entrevistarse con Artigas, para convenir la manera de traer la guerra inmediatamente a la Banda Oriental, reanudándose la lucha.
Las intrigas en el Ayuí, iniciadas con la designación de Sarratea, en cuanto significaba posponer al jefe natural y reconocido de la Banda, agravaron la situación provocando la defección de algunos jefes que habían seguido a Artigas en el Ayuí, como Ventura Vázquez, Valdenegro, su jefe de Estado Mayor, a la par que fomentaban las deserciones entre la tropa.
No obstante esa inconducta y las desinteligencias que fatalmente provocó, Artigas se puso a órdenes de Sarratea y repasando el Uruguay vino de nuevo a su tierra, con sus soldados y su pueblo, Rondeau, jefe de la vanguardia del ejército de las Provincias, fue el primero en llegar frente a Montevideo, fijando reales en el Cerrito el 20 de octubre, y dando vigor al Segundo Sitio que las partidas patriotas de José E. Culta tenían principiado en cierto modo y las cuales se le unieron de inmediato para remontar el ejército independiente hasta el número de dos mil hombres.
El 31 de diciembre del año 12, rechazando una salida de Vigodet, José Rondeau logró la victoria del Cerrito.
El 20 de enero del año 1813, Artigas llegó al Paso de la Arena del Santa Lucía, con sus tropas calculadas en unas cinco mil plazas.
Sarratea arribó al campo sitiador con poca diferencia, acentuando con ello la prevención con que se le miraba en el ejército. Artigas, por su lado, declaró que se mantendría al margen de las operaciones si aquel continuaba en su cargo, y como uno de sus jefes, el comandante Fructuoso Rivera, materializando la hostilidad, se apoderó de las caballadas del ejército. Rondeau, con plena visión de lo que acontecía, se dispuso a cortar por lo sano, y provocando en el mes de febrero una reunión de los jefes subalternos -extra ordenanza y sediciosa si se quiere- significó a Sarratea la necesidad de resignar el mando y alejarse del sitio.
Rondeau asumió entonces funciones de General en Jefe y Artigas, de inmediato, el 26 de febrero de 1813, vino al campamento del Cerrito a ponerse a sus órdenes para el sitio.
En este instante el español Vigodet, encerrado en Montevideo, considerando posible sustraer a Artigas de la causa de la patria, efectuó en tal sentido un hábil sondeo con promesas de confiarle un alto puesto de mando, pero el caudillo lo rechazó según correspondía.
La posesión de la Provincia Oriental por sus nativos era un hecho, y estando, a la fecha, en funciones la Asamblea General Constituyente reunida en Buenos Aires, consideró Artigas que había llegado el momento de hacerse representar en el cónclave que legislaba para todos. En esa inteligencia, los pueblos de la Banda, previamente invitados a hacerlo, enviaron sus diputados al Congreso de Peñarol, cuyas sesiones Artigas abrió personalmente, el 4 de abril de 1813.
Entonces dirigió a los diputados el célebre discurso en que abdicaba de los poderes omnímodos que había investido hasta ese día, principiando con estos párrafos: "Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana. Vosotros estáis en el pleno goce de vuestros derechos: ved ahí el fruto de mis ansias y desvelos, y ved ahí también todo el premio de mi afán".
Después de exigir a Buenos Aires satisfacciones por agravios anteriores y garantías de futuro, el Congrego resolvió la designación de cinco diputados a la Asamblea Constituyente de Buenos Aires, correspondiendo uno a cada uno de los cinco cabildos existentes en la Provincia, de los cuales cuatro eran sacerdotes, y el quinto un antiguo oficial de Blandengues. Los diputados orientales marcharon a su destino provistos de un programa concreto, al que debían ajustar su conducta, el cual ha pasado a la historia con la denominación de Instrucciones del Año XIII.
Se trataba de una pieza político-jurídica de alcance y significación incomparables, por los fundamentos democrático - republicanos que contenía, verdadero canon de una "Carta Magna" para las Provincias Unidas. Las cláusulas fundamentales de las Instrucciones de Artigas eran las siguientes:
independencia absoluta de las colonias;
sistema de confederación de las provincias conforme a un pacto de reciprocidad;
libertad civil y religiosa en toda su extensión;
la libertad, la igualdad y la seguridad de los individuos de cada provincia, que debían constituir la base de los gobiernos locales y del gobierno central;
independencia de los tres poderes del Estado;
autonomía provincial en su manejo interno; soberanía, libertad e independencia de la Provincia Oriental: aniquilación del despotismo militar merced a trabas constitucionales;
exclusión de Buenos Aires como capital federal;
garantías de comercio para ciertos puertos orientales.
Los congresales de Buenos Aires, de tendencias manifiestamente centralistas y oligárquicas, se espantaron ante la posibilidad de que se pudieran traer al debate postulados de semejante audacia, llenos de inmensa importancia histórica y doctrinal, y que planteaban problemas que a ellos no les interesaba resolver.
Ante una perspectiva semejante y pretextando defectos de forma en la elección, el Congreso no aceptó los diputados de la provincia Oriental: rechazando los hombres esperaba rechazar las ideas.
"En el ambiente agreste, donde el sentir común de los hombres de la ciudad sólo veía barbarie, disolución social, energía rebelde a cualquier propósito constructivo, -dice Rodó- vio el gran caudillo, y sólo él, la virtualidad de una democracia en formación, cuyos instintos y propensiones nativas, podían encauzarse como fuerzas orgánicas, dentro de la obra de fundación social y política que había de cumplirse para el porvenir de estos pueblos".
Frustradas todas las tentativas de avenimiento en lo relativo a la no admisión de los diputados. Artigas contemporizó todavía, manteniéndose en posición razonable, pronto a entrar en el terreno conciliatorio, el que se le llamara.
De aquí nació la idea de convocar a un nuevo congreso provincial. Este se reunió en la Capilla de la chacra de Maciel, en la margen del Arroyo Miguelete, el 8 de octubre de 1813.
La obra de estos asambleístas, dirigidos por políticos hábiles que actuaban detrás del General Rondeau, vino a dar por tierra con todo lo resuelto en el Congreso de Abril, llegando hasta deponer a Artigas del gobierno. Pero tan lejos fueron en la maniobra, que la Asamblea Constituyente de Buenos Aires no se atrevía a admitir en su seno a los diputados de Capilla de Maciel.
Ante semejante actitud de los políticos de Buenos Aires, Artigas, por segunda vez -el 20 de enero de 1814, se retiró del Sitio de Montevideo llevando consigo más de tres mil hombres. Iba a extender el radio de su influencia cada día mayor sobre las provincias litorales, donde lo reconocían como jefe, y sus pasos se encaminaron al Norte, deteniéndose en el pueblo de Belén.
Gervasio Antonio Posadas, Director de Buenos Aires, respondió con el decreto de 11 de febrero, declarándolo traidor y enemigo de la patria ofreciendo un premio de 6.000 pesos al que lo entregara vivo o muerto. Artigas, por su parte, declaró la guerra al Directorio, aprestándose a combatirlo.
En esos días, el Virrey de Lima, General Pezuela, le enviaba por un propio una carta sugiriéndole la posibilidad de un convenio que lo favoreciera, impuesto de que Artigas -fiel a su monarca-, sostenía sus derechos. Pero Artigas lo respondió: "Han engañado a V.S. y ofendido mi carácter, cuando le han informado que yo defiendo a su ley... Esta cuestión la decidirán las armas... Yo no soy vendible, ni quiero más premio por mí empeño que ver libre mi nación del poderío español..."
La caída de Montevideo en manos de los porteños el 20 de junio de 1814 pareció en un momento que iba a solucionar el conflicto. Torgués, al frente de sus milicias, reclamaba la plaza en nombre de Artigas, y la respuesta de Alvear fue el envío de fuerzas que lo sorprendieron en las proximidades de Las Piedras.
Organizaron los vencedores nuevas autoridades en la ciudad, y el 16 de junio vino de Buenos Aires Nicolás Rodríguez Peña, nombrado delegado del Directorio Supremo y Gobernador Intendente.
Posadas y sus amigos políticos, si bien no estaban dispuestos a entregar Montevideo al Jefe de los Orientales, tampoco excluían la posibilidad de hallar cuando menos un modus-vivendi. En ese orden de ideas, tras la "Misión Amaro - Candiottii", el decreto que ponía a Artigas fuera de la ley quedó revocado el 17 de agosto.
Pero la situación de guerra existía de hecho, y el regreso a Montevideo del General Alvear, momentáneamente alejado de la plaza, exacerbó los ánimos del elemento provincial.
Artigas tenía su Cuartel General en los potreros de Arerunguá, en el actual departamento del Salto, mientras Torgués y Rivera operaban en el sur con excelentes medios de movilidad, y al cabo de varios encuentros parciales donde la suerte no favoreció del todo a los directoriales, Alvear se avino a entrar en arreglos, dispuesto a tratar con los emisarios que mandara Artigas a Canelones.
Pero no se procedía de buena fé, y el propósito era ganar tiempo, simulando que se retiraban las tropas. Estas fuerzas, mandadas por Soler, se hicieron sentir prestamente en la zona de Colonia y luego en San José.
El Coronel Manuel Dorrego, al frente de una fuerte columna, recibió orden de marchar hacia el interior y en el curso de sus operaciones logró sorprender a Torgués en Marmarajá el 6 de octubre, obteniendo un triunfo fácil pero engañoso. Sacó de él una idea plenamente falsa respecto al poderío y la fuerza de resistencia de las huestes artiguístas.
En esa convicción decidióse a batir a Fructuoso Rivera y después de varias alternativas, reforzados ambos ejércitos, aquel joven Capitán de Artigas le infligió tan tremenda derrota en Guayabos -el 10 de enero de 1815-, que Dorrego apenas pudo escapar con una cincuentena de hombres, vadeando enseguida el Río Uruguay.
El Directorio, comprendiendo que la partida estaba perdida, se propuso transar sobre la base del reconocimiento de los derechos de la Provincia Oriental a gobernarse a sí misma. El delegado Nicolás Herrera abarcó pronto la realidad de las cosas, y se convino que la plaza sería evacuada por las tropas porteñas, conforme se efectuó el 25 de febrero de 1815. Al día siguiente Torgués entraba en Montevideo con título de Gobernador Militar.
En este primer gobierno patrio, el poder fue ejercido sucesivamente por Torgués y por Miguel Barreiro, conforme a delegación de Artigas, y en su periodo se instituyeron la primera bandera y el primer escudo de armas de la Provincia Oriental.
Al mismo corto período corresponden también varias generosas iniciativas de progreso y de orden, como la creación de la Biblioteca Nacional y los servicios de rentas y policía reorganizados.
Vosotros estáis en el pleno goce de vuestros derechos: ved ahí el fruto de mis ansias y desvelos, y ved ahí también todo el premio de mi afán

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